12.7.11

Un nuevo vals

Porque el acordeón la volvía más bella, menos terrenal, más de otro mundo al que yo jamás llegaría.
Adoraba mirar esos finos dedos acariciando el instrumento como se acaricia a un amante, mientras ella observaba hacia otro lado —alguna dimensión oculta más allá de nuestros ojos, podría jurar— arrancándole silvidos, llantos, alegrías. 
Ahí comprendí que probablemente yo era también un simple acordeón, un artefacto contrayéndose al ritmo de sus sentimientos, y volviendo a expandirse entre sus manos con la siguiente carcajada, con la siguiente pieza y el siguiente beso; cada noche un nuevo vals.

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