17.10.10

Metástasis al cerebro

Ni siquiera encendimos la luz esa noche, mientras hablábamos en la sala. Elena se prendió de mi costado, temerosa y vulnerable, como si jamás volviera a tener la posibilidad de hacerlo. Su lánguida silueta me lastimaba más que la enfermedad.
—¿Leucemia? —pude sentir sus uñas encajarse en mi cintura mientras, incŕedula, me cuestionaba.
—Eso dijo el especialista.
Supuse que su mente regresaba en el tiempo. Cuando novios, habíamos superado juntos la muerte de su hermana mayor por ese padecimiento, luego de varios años luchando contra él.
—Creo que soy una especie de veneno, como el humo de cigarro o la radiación. Tengo el toque de Midas a la inversa, ¿te das cuenta? Las personas que amo terminan así de enfermas. No debería abrazarte, sólo te haré empeorar.
Su berrinche me arrancó una carcajada. Estiré el brazo y la jalé de vuelta hacia mí, conzolándola.
—Eso no es verdad. Si tu cercanía fuera la causa, me habría dado cáncer en otra parte.
—Eres un idiota —comenzó a reir, haciendo pausas involuntarias por el llanto que, segundos antes, se le había desatado.
—Mira, Elena, tenemos dos opciones: aceptar que por alguna razón me tocó vivir con esto para juntos salir adelante, o lamentarnos por nuestra suerte y enfrentar desmotivados este inconveniente. Yo no soy psicólogo, pero supongo que los primeros soldados en caer durante la batalla son los que sólo piensan en morir. Yo pienso en vivir, Elena, y pienso vivir mucho tiempo a tu lado.
Se desprendió ligeramente de mí, enfocando sus ojos en los míos.
—No seas romántico, Isaías, y mejor vayamos a dormir, que mañana yo te acompañaré a la cita con el hematólogo; quiero preguntarle si tu leucemia es la que te está haciendo decir tanta pendejada.

1 comentarios:

Clau dijo...

Un poco triste pero lindo.♥

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