1.9.09

Día lluvioso

La película terminó y el olor a tierra mojada se percibía hasta el interior del cine. Afuera, la llovizna leve, las calles humedecidas y mi corazón latiendo al compáz de tus pasos. Debemos empezar a ver películas normales, dijiste, y yo respondí que me gustaba el cine europeo, con sus filmes extraños y tu rostro desconcertado ante escenas nada cotidianas, únicas. ¿Un café?, nos miramos con ojos de niños y te jalé de la mano. Cruzamos juntos la calle, corriendo, mientras tu risa iba dejando una linda estela de vaho que a mi me habría encantado capturar en algún recipiente, para formar una nube que me diera sombra en los días soleados.
Llegamos pronto, luego de sobrevivir a los camiones y a los charcos. Adentro olía a todo lo necesario para sonreir: a café, a ocaso fresco, a cena contigo. ¿Por qué me ves de esa forma?, diste un sorbo de la taza y luego jugaste a tapar mis ojos con tus manos. Porque no tienes idea de cuánto me gustas. Eres un cursi, respondiste entre carcajadas, parándote al baño con la intención de que te viera y echando en saco roto aquello que te dije —sin embargo, volvería a repetir mis palabras, aunque me dijeras cursi, aunque nos mojáramos otra vez, y aunque afirmes que, aún viéndolo conmigo,  no te gusta el cine europeo.

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