6.11.11

Tu luz en el hospital.

El invierno cayó sin clemencia aquel mes, súbitamente, despintando el panorama hasta convertir la ciudad en una paleta de grises, el hospital en un lánguido monumento a la esperanza. Tu silueta, delgada y tapizada por matices pastel —siempre me cuestioné dónde comprabas aquellos abrigos tan celestiales y lindos, aquellos suéteres y bufandas— representaba sin duda el único destello de alegría en medio de ese frío que parecía congelar hasta los ánimos.
Por eso te amaba. Y por eso los pacientes mejoraban un poco su malestar con tu simple presencia, con tu voz maternal acariciando incluso al regañar y tu sonrisa alegre como el primer amor.
Mi día, en cambio, mejoraba con tu colorido atuendo; un hermoso radiador de alegría por la sala de urgencias que disfrutaba retirar de tu cuerpo en capas por las noches, al llegar a casa, hasta encontrar el verdadero radiador de alegría, el atuendo más celestial, cálido y motivador de aquél mes, de aquél hospital invadido por el duro invierno.

1 comentarios:

Míkel F. Deltoya dijo...

Un bonito texto, corto pero que rescata una bella imágen, ya sabes, eso del cruce de sentimientos de los hospitales.

Te sigo ya, al parecer somos paisanos, o al menos los dos formamos parte de este Mandala que es Monterrey.

Un fuerte abrazo, camarada cortazariano.

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