25.11.11

Una flor en el desierto

Si algo teníamos claro durante nuestro huir por los páramos del norte era que esta guerra no acabaría pronto —Muzquis recién perdida, Laredo bajo asedio y con el cada vez más séptico general Herrera delirando por la fiebre—, sin embargo Ginna aún se brindaba el lujo (¿el descaro?) de soñar con su mundo  primermundista; universidad privada de siete a doce y después el starbucks con las amigas, la plaza comercial o alguna charla por celular mirando en casa VH1 o Netflix, siempre sobrada y siempre en abundancia; princesa de jardines venidos a cloacas. 
—¿Sabes? —colocó su fusil a un costado, haciéndose vulnerable como si en esa exposición al enemigo expusiera también su alma, su esencia—, habría sido lindo conocernos en otro contexto. 
—¿Por qué lo dices? —sonreí, fingiendo no comprender su añoranza; la mirada puesta en sus gafas Versace colmadas de polvo, la mano izquierda ajustándole el sombrero de palma que un arriero le había obsequiado en el último rancho donde el convoy se detuvo.
—Vas a decir que soy una ingenua, y probablemente lo soy; o quizá sea que ver matorrales y tierra desde anoche me aburre y da tiempo para divagar en el ¿qué sería?, que también es el jamás será; pero por algún motivo he pensado lo lindo que pudo ser conocernos en otras condiciones, no sé, quizá algúna fiesta o concierto, quizá durante la premiere del año, donde se hiciera una enorme cola y las pláticas fueran tan abundantes como las palomitas en nuestros tazones, ¿me explico? Me refiero al típico ritual de sonreír uno junto al otro, de intercambiar correos y facebook entre las mofas de los amigos y, ¿por qué no?, también las de nosotros mismos. Sí, sé bien que es una tontería, pero habría sido lindo verte online desde mi teléfono, y que la mayor preocupación de ambos no fueran los bombardeos gringos, sino esperar el momento en que el otro iniciase una conversación por chat y dijese Hola, únicamente para responder con otro Hola y así pasar la noche entera hablando sólo de trivialidades, preguntándonos puros ¿Qué haces?
¡Y vaya que habría sido lindo! Mi mano izquierda la prendió con ternura en un abrazo que llevaba implícito un , un Habría sido tan lindo como imposible. Imposible porque, ¿en qué momento habría dejado de trabajar para hacer dos horas de fila esperando un estreno de cine? Mas lindo porque quizá ésta era nuestra fiesta, el concierto en el que nos conoceríamos; los pasillos de algún salón o estadio transmutados en la caja de una camioneta de redilas, llevándonos como reces por áridos senderos. Quizá esto mismo —este protegernos del inclemente sol con una roída cobija, este no soltar el fusil por miedo a una emboscada gringa— era el ¿qué sería?, y a la vez el jamás será... que sin embargo, ya, de alguna forma, estaba siendo; siendo nuestro destino, y siendo también la única flor en medio de este desierto, de esta desesperanzadora guerra.

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