1.5.11

La estación es tuya

Volviste a encontrarla en la estación del autobús y te llenaste de ganas de inventarle una historia: su nombre era Isabel —porque no podía llamarse de otra forma; aquel temple ligero así lo exigía— y estaba en Monterrey para estudiar alguna carrera innovadora que mucho tendría que ver con el diseño y la mercadotecnia. Pensaste en sus botas vaqueras, tan lindas en combinación con la falda, y de inmediato soñaste con algúna ocación en la cual gotas de ira o llanto habrían caído sobre ellas. Gotas de amor, claro.

Había en Isabel un distintivo halo de luz emanando detrás de las gafas oscuras, capaz de llamar la atención de todo el andén incluyendo a los oficiales caninos, quienes con ternura se acercaron para olfatearla antes de ladrar violentamente, romper tu fantasía y lanzarse sobre Isabel, quien intentó correr sin atinar a dar más de cuatro pasos antes de ser alcanzada por los policías federales, sometida y literalmente arrastrada por el piso de la estación, evidenciando sus groseros alaridos y dos paquetes marrón asidos con cinta adhesiva a la parte interna de sus finos muslos, que su falda ahora a la altura del ombligo dejó entrever.

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