21.10.10

Sonido de balazos

—¿Escuchaste eso, Trinidad?
Catalina apagó las luces de la cocina, donde preparaba su té, y ajustando los  bifocales sobre su nariz, asomó por la ventana.
—¿Qué cosa?
—Lo balazos, hermana, ¿qué más?
—¡Ah! Los balazos... han sonado toda la semana, por las noches.
—¿Y ya dejaron de asombrarte?
—Ayer se oyeron rumbo al entronque, y el martes creo que desde la plaza, porque pude sentirlos como si fueran detonados junto a mi oido, golpeándome por dentro de la cabeza. También pude oir los gritos de alguien pidiendo clemencia, ¿te conté eso?
—Virgen santísima, ¿y si lo mataron? —soltando la cortina, Catalina regresó por su té, bastante agobiada y con un gesto de miedo estampado en el rostro.
—Tampoco iba a salir para rescatarlo; mis reumas apenas me dejan caminar.
Las tiniemblas cubrían casi la totalidad del recinto. Sólamente los faros de algunos coches que ocacionalmente transitaban por el barrio le  concedían iluminación al hogar de Catalina y Trinidad. De vez en cuando volvían a oirse disparos de armas de fuego, y después de algunos minutos se escuchó la sirena de una ambulancia, acudiendo con prisa al epicentro de las detonaciones.
—El otro día leí en el diario que se robaron varios cadáveres del centro forense. Arribaron también con armas largas y a los médicos ninguna opción les quedó más que ver cómo se los llevaban —indicó Catalina, luego de sorber su té.
—Qué canijos. No dejan descanzar a los difuntos.
—Sí, eso pensé. Recordé a Julián ¿has visitado su tumba?
—Fui la semana pasada, le dije que lo extrañamos.
—De verdad me caía muy bien. A veces me pregunto qué sería si no le hubiéramos puesto la coralillo en su cama.
—Pues tú seguirías en el rancho, viviendo de la caridad de la gente, y malcomiendo. Piénsalo así.
—En su funeral, lloré de verdad, Trinidad...
Ambas guardaron silencio, como si hubieran tocado una hebra dentro de ellas que, a pesar del tiempo, aún no estuviera firme. Segundos después, los balazos volvieron a escucharse, más cerca y estridentes; un coche pasó a toda velocidad iluminando fugazmente la casa, Catalina dejó caer su taza de té, y Trinidad, sin inmutarse, continuó su rosario: padre nuestro, cuarto misterio glorioso, la asunción de la virgen María al cielo.

1 comentarios:

Rocamadour dijo...

Felicitaciones. Me gusta mucho.

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