29.8.09

La muerte por 50 pesos

Tenía veinte minutos esperando afuera de urgencias a que Melisa terminara su guardia para irnos a desayunar y dormir un poco —el cansancio del hospital nos había robado las ganas de hacer el amor— , pero la única mujer que llegó en todo ese tiempo fue una vieja desaliñada quien no parecía dejar de mirarme.
Bajé la vista un segundo para tomar la cajetilla de cigarros que guardada en mi bata y, cuando la alcé de nuevo, me asustó verla. Había llegado hasta mí, cubierta con un enorme poncho de lana, roído y degastado, cargando varias bolsas de plástico que dejó caer a mis pies y cuyos contenidos no me interesaban.
—¿Me regala uno, joven? —en la comisura de sus ojos había enormes grietas y su chimuela boca me provocaba repulsión.
—Es el último que tengo —mentí.
—Bueno, entonces nomás un toque.
Suspiré con astío y, luego de darle al cigarro una profunda bocanada, se lo entregué.
—Quédeselo.
—Gracias, joven —fumaba con mucha prisa, acomodándose constantemente el poncho para mitigar el frío—. ¿Qué está haciendo aquí afuera?, es muy temprano, me lo pueden asaltar.
—Espero a alguien.
—¿A su novia?
—No, señora, no tengo novia —comenzaba a exasperarme y de Melisa no se veía ninguna señal.
—No me diga mentiras, yo sé que...
—¿Usted qué está haciendo? —pregunté no tanto por interés como por mis deseos de cambiar el tema.
—Trabajando. Me dedico a leer la mano y usted me parece el tipo de persona a quien le interesaría conocer su destino.
Por reflejo solté carcajada que se llevó todo mi cansancio. "Y usted me parece el tipo de persona a quien le interesaría caerme en los meros huevos", me contuve de pronunciar, pero el sólo pensarlo alargó mi sonrisa.
—No me cree, ¿verdad? —insistía señalándome con un dedo y fijando, ahora, su mirada en mis ojos— présteme su mano para que vea.
A esas alturas la escena ya me parecía cómica, y le habría prestado mi mano si la mujer no la hubiera tomado con tanta velocidad.
De su fea boca empezaron a brotar curiosidades como agua de un grifo. Hablaba de hijos que aún no había tenido —uno sería gay, el otro periodista que destaparía una red tráfico de personas en Ceuta—; de mis vidas anteriores, entre las que sobresalía haber sido un guerrillero salvadoreño muerto en la horca después de ser capturado una emboscada gringa —me asombró, más que todo pronóstico, su amplio conocimiento de geografía e historia—; y de una próspera vida económica que no era difícil de augurar.
Imaginé cómo nos retorceríamos por las carcajadas Melisa y yo cuando le contara lo que me iba diciendo aquella vieja, quien resultó ser más culta de lo que aparentaba: "dos hijos, ¿tú crees que yo quiero tener al menos uno solo?".
Me desentendí un momento de la lectura cuando recordé que Melisa ya había tardado mucho en llegar. La busqué con la vista pero no había nadie en las cercanías —natural en un hospital público antes de las seis de la mañana—. Me preocupé un poco, mas preferí no llamarle a su celular por si aún estaba con algún paciente. No quería que la regañaran.
De repente todo era silencio. La persona que leía mi mano la observaba de forma extraña; si creyera en videntes, habría pensado que de verdad la estaba analizando.
—Hay alguien que te ama, te ama mucho, y por lo que veo también tú estás enamorado de ella...
—¿Qué pendejada está diciendo? —intervine abruptamente.
—Lo digo en serio, pero hay un problema...
—No, señora, el que usted diga que estoy enamorado ya es un problema
—Déjame terminar, mira: esa mujer es la mujer de tu vida, y por eso debes estar sólo junto a ella. Si la dejas vas a morirte a los pocos años.
Mi buen humor se transformó, con rapidez, en furia. ¿Cómo iba a saber ella lo que yo sentía?, ¿cómo se atrevía a comentar tal cosa?. Las madrugadas me habían parecido tan oscuras y solitarias como esa ocasión en que, ofendido, retiré mi mano de entre las de esa desagradable mujer y di unos pasos para alejarme de ella.
—Espérate —caminó en la dirección que yo me moví—, no es para que te pongas así. Sólo te digo la verdad: Melisa es tu destino.
Fue la gota que derramó el vaso. No me interesaba la forma en que se había enterado de que salía con Melisa, mucho menos el motivo por el que afirmaba tal cosa: esa mujer era una charlatana y yo no podía soportar que se burlara de mí. Apreté los dientes, giré por completo el cuerpo y me encaminé rumbo al coche con el paso más veloz que pude sostener. Palpé la bata en busca de las llaves hasta escuchar a mis espaldas esa voz férrea y añeja gritándome:
—Están en la bolsa del pecho, ¡pero no te vayas!, espera a que termine de explicarte.
Mi llavero estaba justo donde señaló, y con mayor razón no me detuve. Iba a probar que todo aquello no era más que un montón de chiflazones.
Creí escuchar su andar torpe y apresurado tras de mí, pretendiendo darme alcance. Voltee por seguridad y me provocó placer verla corriendo sin soltar su carga de pesadas bolsas.
—Tranquilízate, prende otro cigarro para que te calmes. ¿No entiendes que si la dejas te vas a morir, que vas a morirte de amor?
—¡Ya cállese, pinche vieja! —grité como si jamás hubiera tenido modales.
Regresé la vista hacia el estacionamiento y sus pasos dejaron de oírse. Cuando llegué a mi carro, pronunció con tono casi inaudible y voz muy tímida:
—Bueno... de perdido págueme la lectura...
La sonrisa de unos minutos antes regresó a mi cara. Ya tenía abierta la puerta del coche, y pregunté, con la mitad del cuerpo arriba de él:
—¿Cuánto vale su lectura?
—Cincuenta pesos.
Me subí por completo, cerré la puerta y, tras encender el motor y la radio para ya no escuchar nada del exterior, arranqué sin pagarle.
Al verla por el retrovisor, decepcionada y cabizbaja, mirándome fijamente antes de voltear alrededor como buscando más personas, no dejaba de preguntarme cómo, una persona que mira el futuro, no había sido capáz de prever que no ganaría dinero conmigo. Aquello solamente confirmaba la teoría de que era una charlatana, y yo iba a demostrárlo alejándome de Melisa y viviendo muchos años más. Después de todo, si yo iba a morir de amor, me quedaría el consuelo de que esa mujer iba a morirse de hambre.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
 
Copyright © Balas para el corazón
Blogger Theme by BloggerThemes Design by Diovo.com