Yo la recuerdo sonriente, desenfadada. Su voz era como una munición detonando al primer rose, expandiéndose en todas direcciones, sin límites ni destino fijo.
A veces languidecía, es cierto; descendía la mirada y sus palabras se volvían breves y lacónicas, carentes de esencia, color y brillo, mas no creo que algo en ella considerara de antemano alguno de los hechos de aquél agosto trágico, donde estampó su imagen en todos los diarios y noticieros.
Esos días se manejaron miles de versiones: decían que eran amantes, sin saber con certeza los gustos simples de Romina, tan alejados del perfíl de quien ahora es un cadáver. Dijeron también que llamó por teléfono para advertirle de la catástrofe, dictándole cada uno de los pasos con los que finalizó aquél triste episodio —el número de balazos, el incendio posterior. Dicen que tuvo miedo... pero igual jaló el gatillo.
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