era un olor a cumbia, un sonido como luz, sudar taconazos y medias vueltas, el acordeón y su alarido presente por cada esquina del salón, minifaldas, botas, mezclilla, cervezas Tecate enfriando las manos y fluyendo por las venas; era un sábado de madrugada, el cantinero nombrándote, humo de cigarro nublando tus memorias, mentir entre líneas —entre voces, sombras—, llorar en la barra y confiar en la magia de la cumbia como hipnótico, ansiolítico, sedante y antidepresivo.
13.6.11
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